martes, 18 de julio de 2023

“EL RIESGO DE HACER ANTROPOLOGIA”

 Percy J. Paredes Villarreal

Hacer antropología o etnografía, no es cosa fácil; implica mucho riesgo cuando realizamos trabajo de campo particularmente al momento de hacer observación o en otros casos realizar observación participante; ya que nos permite desplazarnos a otros lugares o territorios que para nosotros es totalmente desconocido, y en muchos de los casos tenemos que pernoctar varios días en dichos lugares para recolectar la información de acuerdo al tema que se está investigando.

Del mismo modo, la convivencia que se genera con los sujetos a quienes se estudia, en los inicios no son del agrado y en muchos de los casos puede presentarse actos de violencia (física, psicológica, sexual o económica), secuestro, trata, etc.

A lo largo de mi experiencia profesional en algunos casos he sido participe de una serie de agresiones a los que hacíamos trabajo de campo; en otros casos recibíamos amenazas, etc. Pero lo más importante e interesante era saber manejar y utilizar estrategias, metodologías, acciones que permitían ser aceptados en un determinado espacio territorial, comunidad o lugar donde algunas familias nos aceptaban; de esa manera continuábamos con las investigaciones y culminar lo que uno había iniciado.

En otros casos, tratábamos de hacernos amigos de algunas personas que vivían en la comunidad; buscábamos en todo momento evitar ser objeto de algún tipo de daño físico o mental, por parte de los habitantes. Teniendo esa seguridad comenzábamos a frecuentar el lugar, hasta llegar a la amistad y realizar las entrevistas, conversaciones, observaciones, etc.

Tuve la oportunidad de conformar un equipo de trabajo con enfoque de género, donde iniciamos el primer estudio de investigación antropológica referido a las “Pandillas Juveniles, en la parte alta de la Esperanza”, donde teníamos que hacer campo, y en algunas ocasiones realizar entrevistas a algunos jóvenes pandilleros que, por su vestimenta, y lenguaje, el uso de jergas y las formas de vestir, reflejaba cierto temor en algunos de los que hacíamos investigación.

Recuerdo que uno de los jefes de uno de los grupos se había enamorado de una de las compañeras, y que lo comenzaba acosar, por lo que tuvimos que retirarla temporalmente del trabajo de campo; a pesar de ello, los jóvenes preguntaban por ella, llegando al extremo de identificarla y saber sobre su paradero y sus movimientos.

Muchos de estos jóvenes provenientes de familias disfuncionales, contraculturales, y agresivos era lo que predominaba en una ciudad que comenzaba a construirse bajo paradigmas violentos y agresivos, ya que el terrorismo y la guerra sucia que vivió nuestro país en aquellos tiempos, se había trasladado a los territorios de los hemisferios de la ciudad de la eterna primavera fortaleciéndose la violencia social. Esto implicó la constitución de grupos de jóvenes que peleaban y defendían sus territorios y sus identidades, donde los trofeos de guerra eran la muerte de algunos de sus adversarios.

Lastimosamente estas investigaciones no la continuamos, porque hubiese sido muy interesante entender la violencia, el sicariato, la trata, etc., que predomina en la ciudad trujillana. Dándole una mirada antropológica a estos problemas que se vive en la actualidad.

Luego conformamos un grupo de compañeros/as para estudiar la “música chicha”, y su relación con los espacios informales. Un estudio muy interesante que nos permitió articular este género musical con la economía informal y con los territorios de alto riesgo. Se culminó el estudio; pero en mi caso continúe estudiando este tema relacionándolo con la migración andina, con el empoderamiento de los diversos actores preferente migrantes, y construyéndose un sistema articulado e interconectado.

Posteriormente, una amiga me pidió que lo apoye en un estudio de investigación sobre la prostitución infantil en la ciudad de Trujillo, haciendo uso de la “observación participante", nos habíamos puesto de acuerdo en donde íbamos a ubicarnos, identificar a las adolescentes, y también ingresar al tema de la antropología psicológica; pero el jurado le exigió cambiar su investigación por un tema más conservador y tradicional. Lastimosamente, no lo continuamos y acepto la decisión del jurado optando por otro tema.

Este problema actualmente se ha expandido y ampliado para dar lugar no tan solo a ello, también a la trata de niños, niñas y adolescentes con fines de explotación sexual; o la violencia sexual a niñas que han generado embarazos adolescentes y que, en muchos de los casos, ante la falta de análisis antropológico, muchos de estos agresores son liberados o tienen sentencias leves, por parte de los órganos jurisdiccionales.

En aquel tiempo, hubieron algunos colegas antropólogos, que sufrieron agresiones físicas, asaltos, robos, disparos, o fueron asesinados en otros lugares del país y del mundo, por hacer antropología. Por estudiar a los otros y a las otras.

Y es que muchos de los que amamos la antropología, nos involucramos en estudiar a los otros, con el fin de conocer su diversidad, sus usos y costumbres, su comunidad o su territorio lleno de conflictos y de violencia; llevándonos a entender e interpretar estas realidades micro, para proponer alternativas de solución.

Eso es lo que nos diferencia de otras disciplinas dentro de las ciencias sociales; como también de aquellos y aquellas colegas que les gusta el confort, la tranquilidad y la vida rutinaria. Y que, en muchos de los casos no se arriesgan; porque desde la universidad no promueven la antropología, mucho menos la etnografía, ni el trabajo de campo.

Al momento de egresar, la carrera profesional de la antropología, nos lleva a tener tres opciones: Primero, realizar investigación que muy poco es lo que se hace, o se difunde particularmente en el norte de nuestro país que es un territorio con múltiples problemas pero que prefieren recoger los aportes y opiniones de otras profesiones no antropológicas que opinan sobre cultura, comportamientos, violencia, etc. Y en otros casos, vienen colegas de otros lugares del país y del mundo a realizar investigaciones, por nosotros.

Segundo, desarrollar la profesión dentro de instituciones públicas, privadas y ONG, que en algunos casos no hacen, ni opinan, mucho menos generan cambios socioculturales; este se debe a la pobre formación, el poco trabajo de campo, o la negativa de desplazarse a lugares alejados de la ciudad, particularmente en la zona andina; y convivir con las comunidades.

 Tomo como ejemplo la oportunidad de trabajar en algunos programas sociales en la región de la libertad, y del 100% de profesionales que laboraban había menos del 5% de antropólogos, que en su mayoría eran de mi generación, el resto estaba cubierto por psicólogos/as, enfermeras/as, educadores/as, ingenieros/as, etc.

A veces me preguntaba o conversaba con algunos colegas de la misma institución o con algunos egresados y me respondían, que no les gustaba hacer trabajo de campo, ni trasladarse a lugares alejados, mucho menos convivir con estas comunidades por el temor a perderse, ser asaltado, o ser violentados; para estos nuevos antropólogos era algo riesgoso trabajar en las zonas altoandinas. Algunos de ellos preferían trabajar en la ciudad

Eso lo pude corroborar cuando tuve la oportunidad de enseñar en la universidad, solamente me aceptaron tres semestres, dos en Trujillo y otro fuera de esta, luego me botaron porque no pertenecía a ningún de los tres grupos de poder que en ese momento se habían fraccionado tras el ascenso de su líder a niveles nacionales.

De estos tres semestres el primero enseñé en otras escuelas, particularmente en: Ingeniería Agrícola, Industrial, Derecho, Ciencias de la Comunicación; el siguiente ciclo me dieron con mucho temor cursos en las escuelas de: Políticas Públicas, Arqueología, Historia, y antropología, en este último fueron alumnos del 5to ciclo; y en el tercero fue en el Valle de Jequetepeque, donde logré enseñar en las escuelas de Ingeniería Mecánica, Trabajo Social, Ingeniería Industrial. Con todas las escuelas pude realizar trabajo de campo y etnografía, menos con los de antropología cuyos alumnos se oponían hacer trabajo de campo porque aducían que “Nunca habían hecho etnografía, ni tampoco habían salido a campo”, a pesar de la insistencia no tenían esa voluntad de ser antropólogos.

Y, por último, está el dedicarse a otro oficio que trabajar como antropólogos; donde muchos optan por la docencia en los diversos niveles de la educación (inicial, primaria, secundaria, superior y universitario), otros aparte de haber culminado los estudios de antropología, siguen alguna especialización en sociología, educación, derecho, o ingeniería. En ese aspecto, hacen uso de la antropología como insumo y complemento que les permite manejar la parte cualitativa, o la organización, plantear estrategias etc.

En el año de 2019, en un trabajo anterior me pidieron realizar dos estudios uno referido a las invasiones y su articulación con el “Crimen Organizado”; particularmente, en zonas donde los conflictos de terrenos se resolvían a través de la liquidación de sus oponentes. El segundo estuvo referido a los temas de los “Cupos a las empresas constructoras encargadas de ejecutar las obras en los gobiernos locales”, y por último estuvo referido a los “Robos de Celulares” y sistema de articulación con el “Crimen organizado. Posteriormente, por mi cuenta en el año 2022, realice etnografía referido a la “Economía Burbuja”, al “Tema de la Economía Informal de Mercado”, “El sistema de préstamo informal”, “movimientos sociales indígenas” y en estos últimos meses he realizado etnografía referido al “Robo Sutil” relacionado con el “pepeo”; teniendo como lugares o territorios a zonas muy violentas.

Todos estos estudios, los he registrado, y han sido producto de trabajos de campo, de entrevistas y observación y en algunos de ellos mediante la “Observación Participante”, para darle una interpretación antropológica que podría permitir diseñar políticas públicas vinculadas a lo que en estos tiempos se le denomina la delincuencia globalizada y sistemática.

Obviamente, que realizar estos estudios demanda un riesgo, que en cierta forma ha sido asumido por el investigador; ya que, en muchos de los casos se ha sufrido una serie de agresiones, violencia física, pepeo, asaltos, robos, etc.

A veces me falta tiempo, para sentarnos y comenzar a sistematizar la información empírica que se tiene, producto del trabajo de campo; también revisar algunos estudios antropológico referido a estos temas, que es muy escasa. Pero también es muy alentador e interesante estudiarlos porque te vas compenetrando con el tema, y con las personas que se encuentran inmersas en estos temas. En un primer momento te rechazan, pero luego se van ablandando y comienzan a aceptarte, luego pláticas sobre el tema llegando a conversar sobre su vida, sus actividades, etc.

Por eso, hacer antropología no es algo sencillo y fácil, por el contrario, tiene riesgos que uno como profesional debe evaluar y tomar la decisión; de lo contrario nos convertimos en profesionales de dictado y transmisores de información de los libros que leen; o trabajamos por un sueldo, haciendo de nuestra profesión una vida mecánica y conformista.

A la antropología hay que amarla, vivirla y darles sentido a nuestras vidas, a nuestras relaciones sociales; considero que no me ha llegado mi momento. Pero sigamos estudiando a los otros.

 

 

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